7 de enero de 2011

De agujas y arañitas


Así quedó la madeja de estambre verde en la que concentré mi tiempo libre durante más o menos dos semanas. Una bufanda en la que se ve mi evolución desde una neurosis obsesiva compulsiva,  hasta mi personalidad más relajada. Ahora es propiedad de @joecaster y déjenme decirles que estoy satisfecha.
Por años le pedí a mi mamá que me enseñara a tejer, sobre todo cuando mi hermana iba a nacer y yo también quería hacerle un regalo. Obvio nunca me enseñó, luego crecí, mi hermana también y se me olvidó todo el asunto, hasta hace poco.
El tema salió a colación en una de las reuniones del #comandosanrio y yo quise saber de qué se trataba, le insistí a mi mamá y un buen día sacó su enorme caja rosa, llena de estambres de colores, algunos ya en tejidos empezados y otros hechos unos verdaderos asteriscos. Me dio una bola, dos agujas y me empezó a explicar como hacer líneas (cadenitas, dice ella) de derechos y reveses. A los cinco minutos quería ahorcarme y hasta me atrevo a decir que se arrepintió de haberme hecho caso, pero me mandó a mi casa con una tira ya tejida y todas las intenciones de seguirla. Fue así que empecé a cargar mi bolsa de tejido hasta a la oficina. Tejí y tejí, hasta que el rectángulo de estambre comenzó a tener forma y justo cuando pensaba que no terminaría nunca, lo logré.
Clavar mi vista y mi atención en lo que estaba haciendo resultó ser justo lo que necesitaba, y es que yo siempre estoy pensando en mil cosas. 'Tejer es el nuevo yoga', dicen por ahí, y seguro no es ni remotamente parecido, pero ser productiva, concentrarse y a la vez relajarse, resulta una buena terapia.

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