29 de octubre de 2010

Así no me gusta la comida


Hay algo que no he podido aprender en los casi tres años que he tenido vida oficinil: comer sola. No es tan difícil, lo sé, llego al lugar de mi preferencia, pido mi comida, la ingiero y me voy. Suena fácil, pero no me lo ha parecido tanto, me incomoda, me angustia y me enoja.
En un acto de mi paranoia, me da la impresión de que el resto de los comensales me observa llevar el cubierto del plato a la boca o se preguntan qué deben tener de impresionantes mi libro y mi telefóno como para que yo prefiriera comer con ellos a hacerlo con alguien, no sé, humano.
Y bueno, tampoco es que todos los días coma sola, pero cuando tengo que hacerlo, ya sea porque no traje las sobras de la noche anterior, porque tengo un evento o porque mis citas usuales para la hora de la comida se cancelaran, me ofusco y opto por meterme al primer café que vea, pedir el primer sándwich que aparezca en el menú y comer a una velocidad vertiginosa. Obviamente, no lo disfruto ni lo saboreo, podría ser el mejor emparedado del mundo y yo no lo notaría; es un hecho que para mí la única forma de comer y disfrutar lo que esté en mi plato es en compañía de alguien más. Punto.

Por cierto, la tira es de Jorge Cham, un caricaturista panameño que critica los mitos de la procrastinación, que, según él, puede resultar hasta benéfica. Más de él, aquí.

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