Fin. Ya terminé la novela por entregas que a mi jefe se le ocurrió pedirme. Durante más de seis meses (aunque sólo tuvo cuatro partes) sufrí por tener que utilizar mi imaginación para escribir algo, inclusive, durante las vacaciones de fin de año me torturé mentalmente con la idea de que no se me ocurría qué escribir.
Ahora que la veo en retrospectiva, creo que mi sufrimiento valió la pena y se me hace que no quedó tan mal. Tuvo algunos —muchos— errores de diseño y de planeación: que las fotos, que la apertura, que los pies de foto, que las ocurrencias de mi jefe... es más, en la primera parte ni siquiera salió mi nombre, pero la historia me gustó. Podría decir que hasta le tomé cariño a las personas sobre las que escribí, los diálogos eran invención mía, pero los personajes eran reales: cuatro jóvenes que decidieron llevar el diseño un paso más adelante e integrarle la tecnología, lo que los hizo pioneros en México.
En este momento, mi preocupación es: ¿con qué voy a llenar esas páginas?
Fin.
Ahora que la veo en retrospectiva, creo que mi sufrimiento valió la pena y se me hace que no quedó tan mal. Tuvo algunos —muchos— errores de diseño y de planeación: que las fotos, que la apertura, que los pies de foto, que las ocurrencias de mi jefe... es más, en la primera parte ni siquiera salió mi nombre, pero la historia me gustó. Podría decir que hasta le tomé cariño a las personas sobre las que escribí, los diálogos eran invención mía, pero los personajes eran reales: cuatro jóvenes que decidieron llevar el diseño un paso más adelante e integrarle la tecnología, lo que los hizo pioneros en México.
En este momento, mi preocupación es: ¿con qué voy a llenar esas páginas?
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