11 de febrero de 2010

Libertad, grandiosa libertad

Este es uno de mis momentos favoritos en el trabajo, justo después de revisar con mi jefe el siguiente capítulo de la novela por entregas; él ya se fue a comer, yo ya comí y no hay nadie más en la oficina.
Hay silencio, puedo poner la música que yo quiera, sea clásica, pop o rock, en español, en inglés, o en francés, sacar mi libro y avanzar un capítulo, revisar los blogs de la gente que sigo, twittear, mensajear, leer las noticias o escribir un post.
Nadie juzga cómo estoy sentada, si me planché el cabello o no, si escucho a Regina Spektor o a The Fray, si mi celular suena o si tengo muchas cosas sobre el escritorio. Puedo ser 'libre', puedo hacer lo que quiera, puedo dejar que la sensación de vivir sola y tener a Sebastián me invadan. Es en este preciso momento cuando realmente disfruto mi realidad, porque me dejo disfrutarla y no me bloqueo pensando en otro tipo de cosas (como las que están vertidas aquí mismo).
Inclusive, este instante es de los pocos en los que puedo escribir lo que quiera, de lo que quiera y en la forma que a mí me guste. Si quisiera, este post podría haber estado en francés (hoy no) y es que uno siempre tiene que andarse censurando en este tipo de trabajos, si quisiera hablar mal de alguien más, de lo que hace y de las decisiones que toma, tendría que cuidar lo que escribo, no vaya a ser que me lea. Pero bueno, cambiando de tema (como siempre, ya lo noté), he estado leyendo El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas de Haruki Murakami y aunque es el último texto del autor japonés editado por Tusquets, no es un libro reciente.


En 1985, cuando Murakami hacía quién sabe qué, escribió y publicó esta historia —su segundo libro— en la que describe precisamente el fin del mundo y el despiadado país de las maravillas. No lo he terminado, así que no ahondaré más, a donde quería llegar con esta mención es a este fragmento que me gustó mucho, a pesar de ser algo que se sabe y no se dice, Murakami siempre logra ponerlo en palabras:

Lo que puedan enseñarte los demás acaba en sí mismo, lo que aprendes por tu propia cuenta forma parte de ti. Y te será de gran ayuda. Abre los ojos, aguza el oído, haz trabajar la cabeza, descifra el significado de las cosas que te muestra la ciudad. Ya que tienes corazón, sírvete de él mientras puedas. Es lo único que puedo enseñarte.

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