24 de septiembre de 2009

Nina

Hoy es el cumpleaños de mi Nina, bueno, hubiera sido. Ya tiene tres años que murió y me sigo acordando de ella constantemente, porque era una de esas personas que marcan la vida de los que la rodean y aún después de muerta me atrevo a asegurar que todos nosotros (su familia) tenemos la impresión de que sigue aquí.

Su nombre no era Nina, sino Mercedes, 'doña Meche' o 'tía Meche' para algunos. Mis hermanos, mis tíos y yo le decíamos Nina porque era la madrina de mi papá y de varios de sus hermanos, por consiguiente, Nina era el diminutivo de madrina. Para mi papá y sus hermanos fue como una madre, sin entrar en mayores datos sobre su infancia, ella los cuidaba y les daba de comer; inclusive, me atrevo a decir 'de oídas' que los quería más que a sus propios hijos y creo que ellos a su vez la quisieron más que a su propia madre.

Nina era la hermana de mi abuelo, papá de mi papá. Una mujer religiosa que se decía consentida por su esposo, mi tío Mario, y que tenía un corazón del tamaño del mundo. Desde que yo era pequeña vivía en Guadalajara, Jalisco, en las calles de Mezquite y Primavera; en una casa de dos pisos en cuyo patio había una virgen de Guadalupe. Nunca olvidaré todas las vacaciones que pasé con ellos; sorprendentemente, mientras estaba allá, me levantaba a las seis de la mañana, cuando oía que mi Nina se movía.

La rutina era: barrer la banqueta, darle de comer a los pajaritos, luego a los patos, gallinas y a un gallo que tenía en la parte de atrás; ponerme a jugar con los perros (me acuerdo del Whisky, el Oso y el Canelo); preparar el desayuno, que consistía en avena o pan con leche y café. Para cuando terminabamos ya todos se habían levantado. Luego, mientras todos se bañaban y vestían, mi Nina lavaba los platos (a veces la ayudaba) y preparaba el almuerzo, compuesto por huevos, chilaquiles, chorizo, frijoles, etcétera y etcétera. Total, que para el final de las vacaciones todos teníamos como cinco kilos más.

Luego, hace poco más de diez años, mi tío Mario murió. También es algo que nunca olvidaré, porque fue la última vez que viajé en tren en México; salimos de Buenavista por la noche y llegamos allá en la mañana. Teníamos un camarote, como en las películas, de día eran asientos y en la noche se convertían en camas; inclusive, había carro comedor y carro para lectura...en serio toda una experiencia.

A partir de que mi Nina se quedó sola, decidió dedicarse a la religión. Pertenecía a una orden católica que se llama de la Vela perpetua (esto lo supe cuando murió) y recuerdo que siempre tuvo un roperito sobre el cual había una vela y su biblia (aunque alguna vez se le quemaron); mientras vivió se dedicó a ayudar a los pobres, les daba dinero, ropa y comida. Esto debe haber sido de tal magnitud que cuando murió le hicieron una misa de cuerpo presente en una de las iglesias más importantes de la capital tapatía y estaba repleta. Ahí fue donde vi los pendones con los mismos colores que tenía la banda con la que estaba sujeta una medalla en su cuello. Yo, obviamente, no fui a la misa. Mis papás y hermanos llegamos cuando estaba terminando, pero nunca olvidaré la impresión del momento en que se abrieron las puertas, la iglesia llena, el ataúd con un pendón encima y toda mi familia llorando desconsolada. El único que no lloró fue mi abuelo, pero la tristeza de que su hermana mayor muriera estaba marcada en todo su semblante.

La penúltima vez que fui a Guadalajara a ver a mi Nina, iba con mi hermana. Mi abuelo nos había invitado a la playa, pero primero pasamos por sus dos hermanas, mi Nina y mi tía Martha a Guadalajara. De ahí nos fuimos a Nuevo Vallarta en Nayarit. Es un viaje que mi hermana y yo tenemos muy presente, porque aunque íbamos con puros viejitos, nos dimos la divertida de nuestras vidas, porque vimos que aún cuando mi abuelo y sus hermanas ya estaban grandes, se seguían llevando como si fueran niños, por ejemplo, mi Nina y mi tía Martha se burlaron de mi abuela todo el viaje, quien por cierto se cayó en innumerables ocasiones.

Una de esas caídas fue en el camión, a mi abuelo se le había caído un chocolate y cuando mi abuela se quiso agachar a recogerlo, le ganó el peso y rodó cual oso panda. Mientras mi abuelo trataba de levantarla, mi hermana y yo vimos que mi tía Martha, sentada atrás de ellos, ya había levantado el dulce y se lo comía muerta de risa por las patas levanadas de mi abuela.

La última vez fuimos a verla porque decían que ya estaba mal, que se le olvidaban cosas, que no reconocía a las personas...En esa ocasión fui con mis hermanos, algunos primos, tíos y mis abuelos. Mi Nina no estaba tan mal, su único problema es que iba a la tienda dos veces por el mismo mandado; por supuesto, los de la tienda ya le habían tomado la medida y le cobraban dos veces. Cuando le preguntamos si se acordaba de nosotros, nos dimos cuenta de que nos tenía completamente identificados, en realidad, de la única que no se acordaba era de una de mis primas, una niña que le había dejado una señora para que la educara y no echara su vida a perder, según ella... Jaja, si viera que a mi prima le caería rebien una buena educada.

El día que murió yo había ido a desayunar con mi mamá y en la plática decidimos que me iba por la tarde a cuidar a mi Nina; me fui al ballet y cuando terminó la clase, tenía un mensaje de mi abuelo que decía: Nina acaba de morir. El orden de los demás eventos aparece borroso, fui por mi hermana a la escuela y le tuve que decir, porque en realidad ella ya se había dado cuenta desde que me vio. Llegó mi mamá y nos fuimos a mi casa. Por la noche tomamos el vuelo hacia Guadalajara mi mamá, mi hermana, uno de mis hermanos (los otros dos prefirieron no ir) y yo. Llegamos al velorio y lo gracioso fue que aunque nosotros queríamos quedarnos toda la noche, mi abuelo nos engañó para que lo acompañaramos a la casa y luego nos dejó ahí.
Mi papá nos alcanzó en la madrugada.

Sobre el funeral ya no hablaré, me extendí demasiado en la biografía de mi Nina. El punto es que hasta la fecha todos la recordamos y seguimos pensando y sintiendo que está en Guadalajara, esperándonos.

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