15 de julio de 2009

El post más deprimente

Todos escribimos para que alguien nos lea. ¿Quién? Muchas veces no lo sabemos. Cuando era niña quería ser escritora (además de bailarina, periodista, fotógrafa, científica y maestra), de hecho aún quiero serlo, pero el problema viene cuando uno llega a la edad de la vida real y se da cuenta de que hay que trabajar para poder vivir y que ser productivo económicamente necesita más de unas horas frente a la computadora, sobre todo cuando se tiene jefes que no tienen la menor idea de cómo se maneja una revista. Para ellos —los jefes— dirigir una publicación es la mejor manera de sacar cosas gratis, intercambios, kits de prensa, la payola (sobornos) y demás; para nosotros estar en una revista implica ser publicados, que alguien lee eso que queremos decir, aunque se quede en las cabezas de nuestros textos. Ver nuestros textos impresos no sólo alimenta nuestro ego, sino que nos hace sentir importantes, pensar que cumplimos con esa función social de comunicadores que tanto nos gusta creer que tenemos, pero sobre todo nos permite tener una terapia para el mal que representa tener la cabeza llena de cosas que lo único que quieren es salir.

Desde hace algún tiempo empecé a autoanalizarme, criticar mis acciones y buscarles un porqué, por eso tengo este blog, para desahogar mis frustraciones, dar a conocer mis gustos y en cierta medida como un diario. Me gusta soñar con que a través de él me puedo conocer más a fondo, porque cuando empiezo a escribir sobre mí es como si alguien más tomara mi lugar y fuera sacando palabras de mis dedos no como cuando me veo obligada a escribir un reportaje o una nota de empresas para la revista; al hacerlo me cuesta trabajo encontrar sinónimos, no me doy cuenta de mis errores hasta que lo reviso y a veces me fastidio tanto que me gustaría mandarlo todo a la goma...pero ahí sigo.

Hace algunos meses tras un concierto de Fobia en el Teatro Metropolitan le decía a JM que desde que era niña hasta hace como un año yo sabía exactamente lo que quería de mi vida: estudiar en la Escuela Secundaria Anexa a la Normal Superior (ESANS), ir al Colegio de Ciencias y Humanidades plantel Vallejo como lo hizo mi papá y luego estudiar en Ciudad Universitaria (CU), en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS) la carrera de Ciencias de la comunicación para ser periodista. Antes de terminar la carrera empezaría a trabajar y llegaría a ser editora de alguna revista a la par de mi titulación. Hasta ahí todo iba bien.

Ahora, no sé qué quiero de la vida y eso me angustia. Llegué hasta aquí demasiado rápido y no sé qué más hay adelante. Muchos dirán que el siguiente paso es dejar de ser editora adjunta y convertirme en editora...¡sí claro! Si de algo me he dado cuenta en este mundo periodístico es que más cerrado no podría ser, todos son cuates de todos y la única forma de entrar en él es ser amigo de alguien más que sepa que hay una vacante en algún medio (lo digo por experiencia). Uno estudia casi cinco años de carrera, llena y llena libretas con palabras que tal vez signifiquen algo, aprende idiomas, un poco de diseño, un poco de fotografía, un poco de edición de imágenes y termina encerrándose en una oficina diez horas al día, sin sol, sin la libertad de horario que tanto le gustaba y sin poder desfogar su ansiedad, hiperactividad o síndrome de piernas inquietas. El consejo lógico que muchos me han dado y que más me dirán después de este post será que me busque otra chamba. Como si fuera tan fácil...

Lo peor es que mi trabajo ni siquiera me disgusta, al contrario, me gusta ser editora a la par de reportera, me gusta hacerme cargo de una sección, me encanta decir a mis 22 años que soy editora de una revista de negocios, me interesa seguir escribiendo sobre 'Liderazgo y estrategia', haciendo que quienes me leen (directivos de empresas, consultoras, certificadoras, acreditadoras, instituciones públicas, escuelas y hasta algunos artistas y autores que he entrevistado) se enteran de cómo pueden mejorar la calidad de vida de sus trabajadores, que se esfuerzan por entender que nosotros, la generación 'Y' vivimos a otro ritmo, que desde muy jóvenes nos morimos de ganas de comernos al mundo y si hay algo que no nos gusta es tener que ajustarnos a la velocidad y a los tiempos de las generaciones anteriores. Desgraciadamente, entre el listado de mis lectores no se encuentran los directivos de una revista empresarial, por eso no se enteran de que su revista (con 18 años en el mercado) está por caerse, de que todos y cada uno de sus trabajadores (como 15) están incómodos, molestos, desesperados y desesperanzados de esperar que haya buenas noticias, que un buen día haya un aumento de salarios o firma de contratos. Probablemente ese día nunca llegará.

Mientras tanto, ¿que nos queda?

Seguir escribiendo, seguir soñando y seguir pensando que alguien nos lee, ya sea por aquí o en alguno de los 20 mil ejemplares de la revista que sólo se vende en los Sanborns del Distrito Federal (no pregunten por qué, ni yo misma lo entiendo). Dejar que nuestras cabezas sigan trabajando y buscar la manera de sacar por lo menos una parte de lo que quieren decirnos. Llegar todos los días a una computadora 'chafísima' en un escritorio incómodo con vista a una pared de vidrio en la que nunca he encontrado figura alguna.

Sin más por el momento y tras un post demasiado triste, les dejo el video de Les Luthiers La vida es hermosa, porque así, por lo menos, nos reímos un rato de esta realidad.

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