19 de agosto de 2014

Adiós Mateo


Hace casi tres años te dimos la bienvenida a nuestra familia. Llegaste con dos meses y en tu primera familia te decían Lenguas, veo esta foto y lo recuerdo.

No me había atrevido a escribirte esta despedida porque estaba enojada, enojada con la vida que te dejó estar tan poco tiempo con nosotros, enojada un poquito contigo, porque con lo dramático que eras, esto llevaba tu sello, pero sobre todo, enojada conmigo, porque te regañé mucho, no estuve más tiempo contigo en las últimas semanas y porque el día antes no te rasqué lo suficiente las orejitas ni te besé tu naricita tanto como hubiera querido.

Nunca te olvidaremos, con tus botitas blancas, tus ojitos negros y tus orejitas bailarinas. En cierto sentido, nos da gusto que Amélie haya podido conocerte; no le digas a Sebastián, pero eras su favorito, le gustaba agarrar tu placa e intentar jalarte los bigotes. Gracias por acercarte, escalarla con cuidado y hacerla reír con tus gruñidos.

Qué coraje y qué tristeza nos da saber que a partir de ahora, cuando lleguemos a la casa, no vas a salir corriendo a saludarnos, no vas a pararte para que te acariciemos ni vas a hacer escándalo para que te hagamos caso. Ya no tenemos que llegar a limpiar todo, porque te enojaba que saliéramos, ni vamos a correr a servirte agua cada que rasques tu plato porque te mueres de sed. Sólo nos queda llegar y extrañarte, buscarte abajo de la mesa o revisar si te quedaste afuera, parado en la puerta del departamento, como alguna vez nos pasó.

Tres años es muy poquito tiempo, el veterinario nos dijo que tenías un soplo e ibas a vivir poco, pero juro que dijo diez años... ¿Tal vez eran dos y entendimos mal? Ya no quiero pensar en eso, porque me pasan por la mente mil cosas que a la mejor pudimos haber hecho diferente, pero no sé si alguna hubiera funcionado porque puede que ya fuera tu tiempo. Estabas bien, tenías un poco de tos, te dimos tu medicina y al día siguiente ibas a estar mejor. No lo estuviste, o tal vez sí, pero no con nosotros.

Ahora sólo nos queda agradecerte por apapacharnos, por gruñirnos, por morderle la cola a Sebastián cuando eras pequeño y dormirte en las almohadas; porque pasearte era como llevar un globo, no pesabas nada ni te teníamos que jalar; por esperar que la comida llegara al piso en lugar de querer alcanzarla, porque siempre eras feliz y decíamos que vivías en Disneylandia, porque la noche antes te paraste en la puerta del cuarto y nos observaste durante un largo rato cuando maniobrábamos con Amélie, pensamos que ya te sentías mejor, pero creo que sólo querías despedirte. Te acariciamos, pero no te dijimos adiós...

Adiós bebé perro, te queremos mucho y siempre vas a ser un socio fundador de nuestra familia. Muack!








1 comentario:

Se aceptan críticas constructivas.

hit counter

Creative Commons

Creative Commons License
.