31 de agosto de 2012

Los peces no cierran los ojos

—¿Te gusta el amor? —preguntó mirando muy fija hacia delante, donde se levantaba la alzada de una barca coloreada de blanco y con una franja azul.
—Antes de este verano lo leía en los libros y no entendía por qué los adultos se acaloraban tanto. Ahora lo sé, provoca cambios y a las personas les gusta que las cambien. No sé si me gusta, pero ahora lo tengo y antes no.
—¿Lo tienes?
—Sí, me he dado cuenta de que lo tengo. Empezó con la mano, la primera vez que me la mantuviste sujeta. Mantener es mi verbo preferido.
—Qué cosas más graciosas dices. ¿Estás enamorado de mí?
—¿Se dice así? Empezó por la mano, que se enamoró de la tuya. Después se enamoraron las heridas que se pusieron a curarse a toda prisa, la tarde que viniste a verme y me tocaste. Cuando saliste de la habitación, me sentía mejor, me levanté de la cama y al día siguiente estaba en la playa.
—Entonces, ¿te gusta el amor?
—Es peligroso. Provoca heridas y después, a causa de la justicia, más heridas. No es una serenata en el balcón, se parece a una marejada de ábrego, revuelve el mar por encima y por debajo lo remueve. No sé si me gusta.

Erri de Luca.

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