A los 20 años hice un viaje a Oaxaca que me cambió la vida y luego recibí los 21 con mis amigos y bailé hasta el final.
Cuando cumplí 22 ya tenía mi primer trabajo serio como editora de una revista y festejaba el 13 de diciembre con el amor de mi vida en un lugar lleno de pintura fosforescente.
Para cuando llegaron los 23 ya podía regresar todos los días a mi departamento, habitado por un Sebastián cachorro que hacía destrozos y lloraba si se le dejaba solo.
En mis 24 aprendí el valor de los verdaderos amigos y de la familia.
Los 25 los festejo con un viaje relámpago a París con mi persona favorita. Si así termina mi primer cuarto de siglo, quiero ver qué trae el resto.
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