1 de diciembre de 2010

Diciembreando

Supongo que debe ser normal que al vislumbrarse los primeros días de frío, hojas secas y espíritu navideño, las personas comiencen a cambiar, se vuelvan más alegres, estén más esperanzadas y se sientan satisfechas con lo que han hecho en el año. ¿O no? ¿será que en realidad sucede lo contrario y se obligan a creer que todo está bien y que el año que empieza será mejor?
De eso platicaba hoy con mis papás; diciembre apenas se asoma y ya hay muchísimos árboles de Navidad puestos, casas iluminadas, oficinas adornadas y las tiendas —según yo— están decoradas desde septiembre. La verdad es que muchos pensamos en que lo mejor sería que el 31 de diciembre de 2010 fuera mañana; no dudo que cada uno tenga sus motivos, pero estoy segura de que algunos son más sociales que personales.
A estas alturas ya deberíamos saber que nada va a cambiar en enero, pero la tradición dicta que año nuevo significa vida nueva, ¿o no? No estoy grincheando, amo que se acerquen las festividades por múltiples razones, pero tal vez dedicamos demasiadas esperanzas a los 365 días que siguen. Alguien me dijo que si uno no espera nada al final no hay decepción, pero yo creo que deberíamos verlo al revés: si tenemos pocas expectativas de lo que viene, puede que el final nos sorprenda.

1 comentario:

  1. Yo siempre tengo grandes esperanzas, no solamente en el nuevo año, también en los días e incluso en las personas. A veces lo evito, pero es parte de mi forma de ser.

    No siempre he sido decepcionada, pero tampoco siempre han resultado ser las cosas como lo deseé.

    Pero después de todo tienes razón, un nuevo año no lo cambia todo.

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