Este blog se llama 'Burbuja de silencio' por dos motivos. El primero se puede resumir en que Arundhati Roy en El dios de las pequeñas cosas explica que uno de sus personajes creaba una burbuja de silencio en un mundo de ruido (como originalmente se llamó el blog) y que allí se sentía cómodo y seguro, aislado, pero no incomunicado. El segundo es que las burbujas realmente son un fenómeno especial, una creación del hombre que le recuerda lo efímero de lo que lo rodea y que, a pesar de que sólo dura unos segundos, lo atrae y lo maravilla; esto es un sentimiento que definitivamente no es innato, sino que lo desarrolla con los años.
Cuando se es niño, lo más importante es ponchar las burbujas, cazarlas, brincar para tratar de alcanzarlas, tocarlas y reventarlas; al crecer, el ser humano comienza a apreciar cosas como esta, de la misma forma que contempla a la luna llena o que percibe el olor del mar, con una sensación en el estómago parecida a las 'mariposas' del enamoramiento. Algo que yo creo que se parece más a un vacío, puede ser que nos falte algo justo donde terminan las costillas y tengamos un hueco que tratamos de llenar con momentos y actividades como recostarnos en la tierra húmeda a mitad del bosque, sentir las primeras gotas de la lluvia en el rostro o meter los pies en las sábanas frías.
Tal vez muchos de nosotros (sé que yo sí) quisiéramos hacer lo de Pep Bou, un barcelonés que se dedica a domar burbujas, que ha estudiado y aprendido a moverlas a su antojo, que las describe como impredecibles y poéticas. Recuerdo que cuando era niña y visité el Papalote Museo del Niño por primera vez, me sorprendió la zona en la que los guías hacían burbujas, envidié a aquellos que tuvieron la oportunidad de que los encerraran en una y desee tener una tina tan grande y aros tan útiles para hacer burbujas de ese tamaño. Si Pep Bou cuando era pequeño imaginó algo parecido, él sí logro hacerlo y por muchos años.
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