
Cocinar para la gente que quieres es una forma de demostrarles cariño. Ya sea un postre, un café o un 'taquito', la comida une a las personas, bien dice el dicho 'barriga llena, corazón contento' y es cierto. No me refiero a cuando nos inflamos como un globo y luego sólo rodamos a todas partes, sino a esa sensación de tener algo caliente en el estómago, la satisfacción y calma que llega después de un té con una nube de leche o el alivio instantáneo que nos provoca un caldo de pollo bien preparado cuando tenemos una gripa del carajo. Eso es lo que me gusta.
También he aprendido, que como bien dice la imagen, cocinar para mí es una cucharadita de pausa, me da calma, me tranquiliza. Es una de las pocas cosas que puedo hacer en esta vida con toda la paciencia del mundo, sin pensar en otra cosa, ni necesitar distractores, sin sentir que mil 500 ideas vienen a mi mente al mismo tiempo. Además, ver cómo cambia la expresión de la gente cuando prueba el primer bocado es uno de mis placeres secretos. Sólo así sabes si le gustó lo que tienen servido o si se lo comen por compromiso, y es que después del primer bocado, engañar resulta más fácil.
Lo feo viene después: lavar los trastes. Es increíble como uno de mis mayores placeres se puede contraponer con mi tarea doméstica más odiada.
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