Hoy recordé una de las cosas que hacía hace 12 años, cuando yo iba a la secundaria, esa de la que ya les he hablado y que tenía doble turno. Por la mañana, tenía clases de música, deportes y talleres, mientras que por la tarde tomaba mis clases normales (léase Español, Matemáticas, étcétera). En el intermedio, es decir, de 12 a 2 pm, me regresaba a mi casa a bañarme, cambiarme de uniforme y comer.
En ese entonces, Lucy, mi hermana, que tenía como dos años, quería jugar conmigo a toda costa, y para que no insistiera y yo pudiera apurarme, mi papá y yo le poníamos la tele. Esto de 'apurarme' es relativo, porque he de admitir que siempre —y en ese entonces más— he sufrido de ser alguien a quien las prisas se la comen. Puedo haberme levantado tres horas antes, estar lista con dos de anticipación y aún así salir con el tiempo exacto para llegar corriendo. Es mi 'deporte', dicen mis hermanos. El punto es que en ese inter nos poníamos a ver la tele, mi papá, mi greñuda hermana y yo.
¿Y qué veíamos? De eso es de lo que me acordé especialmente hoy, porque así como crecí en una burbuja musical, también estuve en una burbuja televisiva. Nunca vi El chavo del ocho, ni Odisea burbujas, ni Chabelo. No tengo la menor idea de quienes eran sus personajes y no, después de todo este tiempo no los he visto y, si les soy sincera, no me interesa. Entonces, veíamos cosas como Mumin o los Raggy Dolls.
Ambas caricaturas tienen trazos, tramas y música completamente distintos a las que ofrecían otras caricaturas de la época. Tengo que confesarles que en mi familia siempre hemos tenido una debilidad por las caricaturas, desde las de Disney y las japonesas (El viaje de Chihiro y El castillo vagabundo), hasta los cómics (y novelas gráficas) como Y the last man, Sin City o Fables. Nos divierten y nos hacen llegar a situaciones y escenas que sería muy difícil recrear en películas o en libros (aunque muchos ya lo intentaron, algunos con éxito y otros sin tanta gloria). La ficción, que le dicen.
Ahora que hago un recuento mental de mis películas y caricaturas favoritas, la última vez que fuimos a Paris compramos una película que mis papás cuentan que fue la primera que me llevaron a ver al cine: Le roi et l'oiseau (El rey y el pájaro), de Paul Grimault. Los trazos del largometraje son una mezcla de estilos, pues la película se hizo en dos partes. Una que no convenció a Jacques Prévert, quien hizo el guión basado en el cuento de Hans Christian Andersen 'La pastora y el deshollinador', ni a Grimault; y otra que se hizo 13 años después, en 1966. En esta segunda versión se agregaron escenas y se rediseñaron otras tantas.
Si nunca la han visto, aquí les dejo una probadita de Le roi et l'oiseau:
En ese entonces, Lucy, mi hermana, que tenía como dos años, quería jugar conmigo a toda costa, y para que no insistiera y yo pudiera apurarme, mi papá y yo le poníamos la tele. Esto de 'apurarme' es relativo, porque he de admitir que siempre —y en ese entonces más— he sufrido de ser alguien a quien las prisas se la comen. Puedo haberme levantado tres horas antes, estar lista con dos de anticipación y aún así salir con el tiempo exacto para llegar corriendo. Es mi 'deporte', dicen mis hermanos. El punto es que en ese inter nos poníamos a ver la tele, mi papá, mi greñuda hermana y yo.
¿Y qué veíamos? De eso es de lo que me acordé especialmente hoy, porque así como crecí en una burbuja musical, también estuve en una burbuja televisiva. Nunca vi El chavo del ocho, ni Odisea burbujas, ni Chabelo. No tengo la menor idea de quienes eran sus personajes y no, después de todo este tiempo no los he visto y, si les soy sincera, no me interesa. Entonces, veíamos cosas como Mumin o los Raggy Dolls.
Ambas caricaturas tienen trazos, tramas y música completamente distintos a las que ofrecían otras caricaturas de la época. Tengo que confesarles que en mi familia siempre hemos tenido una debilidad por las caricaturas, desde las de Disney y las japonesas (El viaje de Chihiro y El castillo vagabundo), hasta los cómics (y novelas gráficas) como Y the last man, Sin City o Fables. Nos divierten y nos hacen llegar a situaciones y escenas que sería muy difícil recrear en películas o en libros (aunque muchos ya lo intentaron, algunos con éxito y otros sin tanta gloria). La ficción, que le dicen.
Ahora que hago un recuento mental de mis películas y caricaturas favoritas, la última vez que fuimos a Paris compramos una película que mis papás cuentan que fue la primera que me llevaron a ver al cine: Le roi et l'oiseau (El rey y el pájaro), de Paul Grimault. Los trazos del largometraje son una mezcla de estilos, pues la película se hizo en dos partes. Una que no convenció a Jacques Prévert, quien hizo el guión basado en el cuento de Hans Christian Andersen 'La pastora y el deshollinador', ni a Grimault; y otra que se hizo 13 años después, en 1966. En esta segunda versión se agregaron escenas y se rediseñaron otras tantas.
Si nunca la han visto, aquí les dejo una probadita de Le roi et l'oiseau:
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