16 de diciembre de 2008

El modesto titán

La cita en el Palacio de Bellas Artes estaba hecha a las siete de la noche. Considerando el nombre del personaje que allí hablaría de su vida y trabajo, muchos llegaron temprano. A las seis y media la fila para la sala Manuel M. Ponce ya reunía a un número considerable de personas que, credencial de elector o pasaporte en mano, ansiaban encontrarse frente a una de las más grandes figuras del periodismo de investigación.
Muchas caras familiares: compañeros, amigos, conocidos —de nombre y persona— se dieron cita; algunos por trabajo y otros sólo por el interés de presenciar a este maestro y modelo a seguir. Las 6:45 y ya la sala estaba a reventar, los pasillos aledaños hacían las veces de salida de emergencia y de lugares para más espectadores.
El tiempo pasa y el personaje principales no aparecen. Dan las 7:15. Cuando se abren las puertas se dispara una tormenta de ‘flashazos’ y se desata una conmoción en un lado de la sala: Günter Wallraff está en México. Un hombre delgado, alto y cano; debe estar pasando por los 60 años, con lentes y bigote. Su rostro es una mezcla entre dureza y afabilidad, sus manos inquietas sostienen una mochila bastante grande como para subirla a un escenario.
Finalmente se integra la mesa de participantes: Wallraff está acompañado de dos personajes que son fruto de la mezcla de las culturas de México y Alemania; Jürgen Moritz y Marco Lara Klahr, quienes lo introducen y usan demasiado tiempo en hablar de sus logros bien sabidos por todos los asistentes. Tras varios minutos de desesperación por parte del público, Wallraff comienza a hablar. Lo primero que hace es reconocer las atenciones que México ha tenido hacia él, y la fama que lo precede en este país es grande. No sólo por su trabajo en Cabeza de turco, sino por todo lo que su labor periodística representa en una sociedad en la que los comunicadores que han realizado —o intentado realizar— un trabajo semejante han resultado muertos. Pero Gunter Wallraff no quiere hablar de sí mismo: “No me traten como maestro, sólo soy un aprendiz”, se escucha por los audífonos de los traductores simultáneos que permiten a la gran mayoría de la sala entender lo que dice en alemán.
Presenta su último trabajo realizado en Alemania: un reportaje en el que se infiltra en call centers (centros de atención telefónica) para descubrir cómo estas empresas se encargan de engatusar a los clientes para enjaretarles productos innecesarios y no requeridos explícitamente. Wallraff, a sus 66 años se hace pasar por un hombre de 40. Hace unas cuantas llamadas, estudia el método de ventas y decide que éticamente no puede engañar a sus potenciales clientes. A pesar de su poca estancia dentro de estas compañías logra conocer su funcionamiento y la falta de ética que se necesita para cargar sin autorización miles de euros a una tarjeta de crédito.
La polémica levantada en Alemania por este desenmascaramiento provocó que se buscara el establecimiento de leyes que sancionen malas prácticas de marketing. Tras esta proyección llegó el momento de escuchar, ahora sí, a Wallraff. Para sorpresa de todos, Wallraff apenas y habla; anuncia que quiere recibir preguntas del público. “Yo estoy aquí como alguien que quiere aprender y no como docente, los jóvenes traen muchas preguntas y nuevas formas de hacer nuevas acciones”. Los temas son mucho: sus trabajos, el miedo, ser un reportero encubierto, enfrentarse a multinacionales, gobiernos y delincuentes, su opinión sobre George W. Bush, sobre la situación en México. Al respecto, le interesaría investigar el mundo de la prostitución, el narcotráfico o la corrupción en el gobierno. Su mayor miedo como periodista de investigación es ser descubierto. No ya a los grandes personajes de la vida mundial, ante quienes se ha sentado, los ha entrevistado y desenmascarado. Mientras, seguirá trabajando en lo que sabe hacer: el periodismo.
Sobre México dice palabras fuertes pero ciertas: han muerto 16 homólogos, tan sólo en 2008 y eso le preocupa. Para que en este país puedan realizarse labores de investigación, es necesario que los comunicadores que estén ‘wallraffeando’ no trabajen solos, sino con un grupo de apoyo en el que existan reglas bien establecidas, como que cuando se desenmascare a uno, los demás puedan seguir trabajando. “El mundo no puede seguir como estaba, estamos en tiempo de crisis. Presiento un gran cambio”, concluye —quién lo hubiera pensado— un titán que a pesar de su trabajo, fama y calidad, es modesto.

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