La escena clásica. Las dos de la mañana; él sale de mi casa, se despide y lo suelta: “quiero que hablemos”. Seguramente ve mi cara de incredulidad y añade: “si quieres en la semana por que yo también me caigo de sueño”…¿Quién dijo que tenía sueño? Mi look de oso panda ya es natural. Le digo que sí, que el lunes o martes; me despido como debe ser, doy media vuelta y cierro la puerta tras de mí.
No sé de qué querrá hablar…digo, tela de dónde cortar hay…y mucha, pero romper esa barrera que marca nuestra relación —y la mía con otras personas— gracias a la cuál no se habla de ciertos temas para no complicar las cosas podría acarrear consecuencias insospechadas.
Ahora que lo pienso yo no era así. Yo solía ser de esas personas que llevan dentro un psicólogo frustrado porque necesitan saber el por qué de las acciones de los demás. ¿Qué me pasó? ¡Oh si!, ya recuerdo… otro tema intratable.
En este caso creo que todo está dicho sin palabras. O eso creía hasta que soltó la frase que inevitablemente rayó en el cliché. En definitiva no quiero perder este laisser faire, laisser passer en el que he caído cómodamente. Ni me interesa regresar a la ‘antigua yo’ mucho más sentimental de lo que soy ahora. Ojalá y esas consecuencias insospechadas no se desaten…ya veremos.
A veces la evasión puede ser un zona de confort difícil de dejar, recomiendo saltar de vez en cuando, sólo por el simple gusto de saber qué pasa.
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