Uno de ellos era Alejandro Aura, poeta mexicano que radicaba en España y que tenía un blog (http://www.alejandroaura.net/wordpress/), en el que compartía con sus lectores sus nuevas creaciones y sus experiencias cotidianas. A los 64 años el cáncer lo derrotó, al igual que a Victor Hugo Rascón Banda, dramaturgo que a los 60 años perdió una batalla que llevaba 12 luchando.
A este último no tiene mucho que lo vi, en una conferencia de prensa de la tan olvidada Sociedad General de Escritores de México (Sogem) —de la que era director— o en la presentación de algún libro en el Palacio de Bellas Artes o en el teatro abandonado, mas no olvidado, Rodolfo Usigli, allá por Churubusco . Siempre alegre, con una voz profunda y una mirada escrutadora, puedo asegurarles que era un hombre excepcional que recién había ocupado la silla XX en la Academia Mexicana de la Lengua.
En fin, para despedir a estos dos hombres de letras les dejo el poema Despedida de Aura, como lo harían en su blog. Creo que no hay mejor ocasión para conocer un poco de sus palabras.
DESPEDIDA
Así pues, hay que en algún momento cerrar la cuenta,
pedir los abrigos y marcharnos,
aquí se quedarán las cosas que trajimos al siglo
y en las que cada uno pusimos nuestra identidad;
se quedarán los demás, que cada vez son otros
y entre los cuales habrá de construirse lo que sigue,
también el hueco de nuestra imaginación se queda
para que entre todos se encarguen de llenarlo,
y nos vamos a nada limpiamente como las plantas,
como los pájaros, como todo lo que está vivo un tiempo
y luego, sin rencor, deja de estarlo.
¿Se imaginan el esplendor del cielo de los tigres,
allí donde gacelas saltan con las grupas carnosas
esperando la zarpa que cae una vez y otra y otra,
eternamente? Así es el cielo al que aspiro. Un cielo
con mis fauces y mis garras. O el cielo de las garzas
en el que el tiempo se mueve tan despacio
que el agua tiene tiempo de bañarse y retozar en el agua.
O el cielo carnal de las begonias en el que nunca se apagan
las luces iridiscentes por secretear con sus mejillas
de arrebolados maquillajes. El cielo cruel de los pastos,
esperanzador y eterno como la existencia de los dioses.
O el cielo multifacético del vino que está siempre soñando
que gargantas de núbiles doncellas se atragantan y se ríen.
Lo que queda no hubo manera de enmendarlo
por más matemáticas que le fuimos echando sin reposo,
ya estaba medio mal desde el principio de las eras
y nadie ha tenido la holgura necesaria para sentarse
a deshacer el apasionante intríngulis de la creación,
de modo que se queda como estaba, con sus millones,
billones, trillones de galaxias incomprensibles a la mano,
esperando a que alguien tenga tiempo para ver los planos
y completo el panorama lo descifre y se pueda resolver.
Nos vamos. Hago una caravana a las personas
que estoy echando ya tanto de menos, y digo adiós.
Alejandro Aura
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